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En ocasiones, vivimos nuestra vida con una actitud similar a la que tendríamos en una partida de cartas.
En un juego de cartas, seguimos determinadas estrategias, nos esforzamos para que los demás no sepan las cartas que tenemos, para ocultar las “malas” o hacer creer al oponente que nuestras cartas son mejores de lo que realmente son. Y dentro del juego es bastante adaptativo, pero cuando seguimos estas mismas estrategias en la vida ¿qué conseguimos?
Nos esforzamos mucho por no mostrarnos tal cual somos, intentamos ocultar nuestros defectos, las características que nos distinguen del grupo normativo o las que no se suelen aceptar por el grupo, dedicamos mucho tiempo a que los demás piensen que somos mejores de lo que somos, aparentamos, decoramos o ponemos filtros a nuestra realidad…pero ¿para qué? Y ¿a qué precio?
Esas estrategias de las que hablamos, podrían englobarse principalmente en los siguientes bloques:
- Cambiar para gustar a los demás
Una consideración muy importante es que nadie tiene tanto poder cómo para cambiar, desde fuera, la interpretación de otra persona, es decir, por mucho que te esfuerces, no puedes controlar lo que otra persona piensa de ti, y por ende, tampoco depende de ti 100% conseguir su aprobación.
En el caso en el que realizaras un sobre-esfuerzo y cambiaras de tal forma que te adaptaras a lo que la otra persona quiere (o crees que quiere), eso no te garantiza que le gustes al de al lado, (es imposible tener la aprobación de todo el mundo) o que dejes de gustar a esa misma persona mañana o la semana que viene.
- Ocultar lo que no me gusta de mismo
Uniéndolo al bloque anterior, lo que no te gusta de ti mismo puede sí gustar al de al lado (como dicen, “sobre gustos no hay nada escrito”), pero más importante que esta cuestión sería el plantearnos ¿por qué no me gusta esa parte de mí? Puede que en el pasado hayamos tenido una experiencia negativa en relación con esa parte de nosotros y hayamos aprendido que “está mal” o “es mejor esconderlo”, pero ¿realmente es así?
- Aparentar que “soy mejor”
Actualmente es relativamente sencillo aparentar ser una persona diferente, por ejemplo, si nos fijamos en las redes sociales, podemos acceder a herramientas que nos cambian físicamente o podemos subir fotos de viajes que nunca hemos hecho. O si analizamos la comunicación escrita realizada por redes sociales o mensajería instantánea, observamos que un gran porcentaje no es espontáneo, se decora el texto, se escribe y reescribe, o incluso se utilizan chats de inteligencia artificial para construir textos más llamativos. Como decimos, parece que es relativamente sencillo, pero ¿qué consecuencias tiene?
Lo que los tres bloques tienen en común es el mensaje negativo que te das a ti mismo: “hay algo en mí que no será aceptado y debo cambiarlo para conseguir la aprobación de los demás” Pero ¿en qué momento decidiste que son los demás los que juzgan tu valor?
Cada uno de nosotros tiene un valor propio, independientemente de lo vivido en su contexto, de las experiencias que haya tenido o de los resultados obtenidos. Tienes valor por estar vivo, por ser una persona, no tienes que demostrarlo ni ganártelo, ya lo tienes.
Cuando nos esforzamos tanto en seguir estas estrategias, estamos negando ese valor interno, le restamos importancia y nos decimos que “solo valemos si el otro está de acuerdo”. El precio a pagar es muy alto, pues renuncias a valorarte a ti mismo e inviertes todo tu esfuerzo en que otro te dé ese valor.
Por el contrario, cuando todo ese esfuerzo lo inviertes en conocerte a ti mismo, (lo “bueno” y lo “malo”), aprender a respetarte (y por lo tanto a que los demás te respeten, poniendo límites) y aceptarte cómo eres, consigues valorarte a ti mismo, y desde ese prisma, te das cuenta de que ya no necesitas tanto la aprobación del otro, puede que te guste tenerla, pero ya no la necesitas.
Cuando tu trabajo personal va destinado a la auto-aceptación, cuando aprendes a quererte y valorarte por ti mismo y le das un papel secundario a la opinión de los demás, dejas de esforzarte tanto en tener resultados como aval de “ser suficientemente bueno”, dejas de implorar la aprobación del otro, dejas de intentar cambiar de forma constante para ajustarte a los cánones marcados en ese momento.
Y, entonces, desde la tranquilidad de la auto-aceptación, puedes decir sin ninguna estrategia: “Estas son mis cartas”