Pasar al contenido principal
Psicología River pensamientos

“Los pensamientos SOLO son pensamientos”.

Esta frase parece una obviedad, pero si la analizamos veremos cómo en ocasiones, es realmente difícil hacer la discriminación entre nuestros pensamientos y la realidad en el día a día. Hay miles de ejemplos…

Imagina que estás trabajando y se te cae una botella de agua en el portátil, el pensamiento automático que acude a tu cabeza seguramente sea similar a “soy torpe”, no te dices a ti mismo “he tenido el pensamiento de que soy torpe”, directamente te etiquetas, crees que eres torpe y lo incorporas a tu identidad, sin filtro. Especialmente si te ha ocurrido en más de una ocasión.

Otro ejemplo podríamos encontrarlo cuando te fijas una meta, si quieres abandonarla, si no consigues los objetivos marcados, piensas “no soy capaz”, en vez de pensar “he tenido el pensamiento de que no soy capaz” y como consecuencia, directamente te crees tú falta de capacidad en ese ámbito.

¿Y en el contexto familiar? Imagina, por ejemplo, que no tienes mucho tiempo libre esta semana, el único hueco que tienes es el fin de semana de 17.00 a 18.00 y en ese momento tus hijos te dicen que quieren jugar contigo. Estás cansada, tenías otras expectativas para ese tiempo libre, realmente no te apetece jugar con ellos ahora…¿qué piensas? Seguramente aparezca un “soy mala madre” y lo vivas como una realidad, pero ¿realmente eres mala madre por querer tener un rato para ti misma o solo es un pensamiento que te asalta en un momento determinado?

Si cambiamos nuestro lenguaje, si en vez de etiquetarnos, identificamos el pensamiento que acude a mi cabeza como SOLO un pensamiento, tendré en cuenta que hoy, puntualmente, se me ha caído la botella en el portátil y he tenido el pensamiento de que soy torpe, pero no creo que sea una característica que me identifique, creeré que mientras perseguía una meta, he tenido el pensamiento de que no soy capaz, pero en vez de dudar de mi capacidad, seguiré con mi objetivo o lo replantearé, creeré que en un momento del fin de semana, he pensado que soy mala madre por no jugar con mis hijos, pero no me criticaré por ello, ya que no creo que en realidad lo sea, SOLO ha sido un pensamiento que he tenido.

Solo tú decides cuanta importancia quieres darle a tus pensamientos. Pero para poder decidir qué hacer con él, primero tenemos que identificarlo. Y cuando lo identifico ¿qué hago con él?

Muchas veces cuando detectamos un pensamiento que no nos gusta, un pensamiento desagradable, crítico o negativo, tendemos a luchar para que desaparezca, intentamos evitarlo. Pero en esa lucha, nos damos cuenta de que cada vez aparece con más intensidad y frecuencia. Como prueba, haz este ejemplo sencillo, no pienses en un globo rosa. ¿En qué estás pensando? Seguramente ahora no consigas quitarte de la cabeza el globo rosa, se cuele entre tus pensamientos y luches contra él para que desaparezca, pero no se va.

Otras veces discutimos el pensamiento e intentamos convertirlo en positivo, no quiero creer que “soy torpe”, “no soy capaz” o “soy mala madre” así que intento convencerme de todo lo contrario “soy ágil”, “soy capaz” y “soy buena madre”. Pero no vemos resultados… ¿por qué? Porque estamos usando la misma herramienta, no me creo el pensamiento de “no soy capaz” porque SOLO es un pensamiento, pero me tengo que creer el pensamiento de “sí soy capaz” ¿por qué si solo es un pensamiento?

Entonces…¿qué hago con mis pensamientos cuando los identifico? Tenemos una tercera opción, la aceptación de ese pensamiento, permitir que el pensamiento exista y se mantenga en nuestra mente. Para explicar esta tercera opción utilizaré la famosa metáfora del autobús tan utilizada en ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso)

Imagina que eres conductor de autobús y tu objetivo es llegar de Madrid a Valencia. En tu autobús, viajan muchos pasajeros. Algunos de ellos están de acuerdo con el destino, te apoyan, les parece que conduces bien, pero otros pasajeros no quieren ir a Valencia, prefieren cambiar el destino y otros te dicen que no estás haciéndolo bien. De repente uno de los pasajeros empieza a ser insistente y a hablar más alto que los demás, empieza a convencerte de que es mejor parar en Albacete, que Valencia está muy lejos y realmente no es tan importante ir, que además no está seguro de que seas capaz de llegar allí, está muy lejos y el camino es complejo. Entonces como conductor empiezas a dudar, empiezas a creer a ese pasajero. Pero si paras en Albacete no llegarás a tu objetivo así que decides seguir con tu meta.

El pasajero sigue insistiendo, empieza a ser bastante desagradable, así que decides invitar a ese pasajero a bajarse, pero no lo hace. Como no funciona, empiezas a discutir con él, pero te das cuenta que para discutir con él tienes que parar tu autobús y eso te retrasará en tu viaje.

Por último, decides dejarle hablar, no das más importancia a los que dice ese pasajero que a lo que dicen los demás, aceptas que no es el pasajero más agradable, pero que forma parte del autobús, dejas que esté allí. Y este pasajero poco a poco deja de hablar tan alto y se sienta en su sitio. A lo largo del viaje, seguramente vuelva a hablar, pero tú decides cuanta importancia le darás a su opinión, porque no dice realidades, solo son pensamientos.

El conductor eres tú, el destino tu objetivo y los pasajeros son tus pensamientos. Estos pensamientos forman parte de ti, los más agradables y los más desagradables

¿Qué quieres hacer con ellos?

Share this post