La ansiedad es una respuesta de lucha o huida que hemos heredado para sobrevivir. Partiendo de este concepto, la ansiedad es positiva, es adaptativa, ya que es la activación que experimenta nuestro cuerpo cuando tenemos que huir de un incendio, por ejemplo, o cuando tenemos que enfrentarnos a una situación de ataque, por ejemplo, el ataque de un animal salvaje.

Sin embargo, cuando esta misma activación se desencadena ante una amenaza psicológica (miedo a un examen) y no ante amenaza real (un incendio) y  en lugar de ser puntual y de duración corta en el tiempo, se convierte en algo continuado y la intensidad es elevada, deja de ser funcional y se convierte en un problema.Esta ansiedad paraliza nuestra vida interfiriendo de forma significativa en todos nuestros contextos.

Dentro de la ansiedad desadaptativa, experimentamos síntomas muy diversos, entre los que se encuentran:

  • Físicos (taquicardias, sudoración excesiva, mareos, dolores intensos de cabeza, presión en el pecho, problemas gastrointestinales, vómitos)
  • Emocionales (miedo, irritabilidad, inseguridad, despersonalización)
  • Conductuales (llanto intenso, conductas de evitación o defensivas)
  • Cognitivos (dificultad de concentración, memoria)
  • Sociales (falta de asertividad, aislamiento)

Normalmente la ansiedad es una señal de que tenemos que cambiar algo en nuestra vida, es como si todos esos síntomas tan molestos e intensos llamaran a nuestra puerta para traernos un mensaje “no tienes que poder con todo”, “deja de evitar esa situación”, “quiérete más y exígete menos”….
En ocasiones, es difícil asociar que estos síntomas se deben a la ansiedad, y sobre todo nos sentimos perdidos en cómo reducir o extinguir los síntomas.

Si aprendemos qué pensamientos nos están generando ansiedad y entrenamos las herramientas necesarias para cambiarlos y combatir los síntomas, conseguiremos que la ansiedad sea adaptativa.