“Mi padre tiene trastorno depresivo con ansiedad. Él comenta que cree que lo tiene desde la adolescencia, pero el diagnóstico llegó hace solo 15 años. Cuando me pongo a recordar mi infancia, mi padre siempre estuvo yendo y viniendo de mi vida. Le recuerdo metido en la cama, con todo a oscuras y oyéndole llorar. Tengo recuerdos difusos de que en ocasiones acudía una ambulancia, aunque mi madre nos metía a mi hermano y a mí en mi cuarto con mi tia, que esos días dormía en casa con nosotros. Y luego las oía hablar sobre papá y oía a mi madre llorar mucho. En otras ocasiones, le recuerdo fuera de la cama, exigiéndonos a mi hermano y a mí ser responsables, sacar buenas notas o portarnos bien mostrando una actitud muy agresiva con nosotros y con mi madre. Pero también le recuerdo cuando se encontraba mejor, cuando quería hacer muchas cosas con nosotros, cuando nos íbamos a montar en bici o al campo. Esos días eran maravillosos, cuando estábamos los cuatro juntos, me sentía una familia como cualquier otra. Pero en realidad, esos días eran los más felices y los más dolorosos para mí ya que no quería que se acabaran. Pero se acababan. Yo nunca sabía si mi padre al día siguiente iba a estar bien o se iba a volver a meter en la cama o a ser agresivo con nosotros y eso me producía mucho dolor y ansiedad.
Con el paso de los años me acostumbré a sus idas y venidas, acabé por dejar de ponerme tan contenta cuando estaba presente y me acostumbré a sus ausencias, a que no viniera a mi graduación, a que no estuviera en muchos cumpleaños o que no pudiera ver con él cuando ganamos el mundial con lo mucho que le gustaba el fútbol… a medida que pasaban los años y yo me iba a haciendo mayor, mi enfado hacia él iba en aumento hasta que llegó un momento en que le odié. Me hacía tanto daño pensar que mi vida no le importaba lo suficiente como para estar conmigo, que yo no era tan importante para él como para no meterse en la cama durante días, yo siempre había sido su niña y ahora ya no me quería y no le importaba… Durante años estuve intentando que volviera, cuando se acercaba a mí, quería demostrarle tanto que le quería para que luego no se volviera a aislar y poner triste, pero nunca lo conseguía, y me frustraba y me enfadaba, hasta que me dí cuenta que estaba perdiendo el tiempo y me alejé de él, ya que estar cerca de él me hacía demasiado daño como para seguir soportándolo. Me uní mucho a mi madre, sentía que era ella la que siempre estaba ahí ya que mi hermano optó por separarse de mi padre y de nosotras refugiándose en sus amigos y largas noche de fiesta. Pase muchos años sufriendo, sin estar bien de adulta y con relaciones muy tormentosas hasta que decidí acudir a un psicólogo para que me ayudara.
Allí empezaron a removerme el dolor de mi pasado que tan enterrado tenía, con mucho trabajo y muchas lágrimas empecé a entender que mi padre tenía una enfermedad mental, que él no la había elegido y que cuando mi padre se aislaba o se mostraba agresivo no era por mi culpa, no era porque yo hubiera hecho algo malo o que yo no le importara lo suficiente, sino que tenía una enfermedad que le impedía hacer las cosas. Que al igual que un enfermo crónico de corazón no elige tener arritmias, mi padre no elegía meterse en la cama, darme malas contestaciones o gritarme. Cuando yo era niña mi padre podía no haber dejado los psicólogos a los que iba o no a ver dejado de tomar las pastillas que le mandaba el psiquiatra, ya que muchas veces empezaba pero siempre las dejaba, pero él NO ELIGIÓ tener un trastorno mental al igual que una persona no elige tener una enfermedad. Y fue entonces cuando inicié el proceso de empezar a perdonarle a él y empezar a perdonarme a mí, y no sólo perdonarme sino también cambiar aquellas ideas sobre mi valía que tanto daño me estaban haciendo. Me di cuenta que cuando hay un trastorno mental, no solo sufre muchísimo la persona que lo tiene, sino que también sufren muchísimo todas aquellas personas que están cerca. No solo necesitan apoyo psicológico las personas que tienen el trastorno mental, sino que también lo necesitan las personas más cercanas, ya que el trastorno no solo daña a esa persona, sino que deja heridas muy profundas en su entorno. Cuando un trastorno mental se instala en tu familia, todos necesitamos aprender a gestionarlo.”