Suena el despertador, te levantas pero sigues cansado, empiezas a repasar todas las obligaciones que tienes en el día de hoy en tu cabeza sin ni siquiera haber salido de la cama todavía.
Es temprano, tienes todo el día por delante, pero tienes que preparar la comida de hoy, poner una lavadora, recoger la casa, preparar la reunión de las 12:00… y mientras haces todo eso, desayunar, ducharte y vestirte (lo que conlleva tener que planchar alguna camisa). Todo antes de salir de casa, así que te pones en marcha, tienes que conseguir que el día de hoy sea más productivo para compensar el de ayer.
Tienes una lista interminable de cosas por hacer, cada una de esas cosas se convierte en tu cabeza en una caja abierta que tienes que llenar y cerrar antes de que acabe el día. Cuando cierres cada una, podrás valorar si has hecho bien la tarea o si podrías haberlo hecho mejor. Pero ya solo hoy has abierto más de 70 y tú día solo tiene 24 horas. Y aunque son cajas metafóricas ocupan mucho sitio (tal vez demasiado) y pesan casi más de lo que ocupan.
Intentas hacer todo a la vez y todo rápido, pues no te permitirías llegar tarde al trabajo, así que mientras pones la lavadora, bebes un sorbo de café y mientras se calienta la sartén para preparar la comida de hoy vas recogiendo el lavavajillas y consultando los emails más importantes del trabajo.
Tienes la sensación de que haces todo y nada a la vez, y sobre todo que nada te está saliendo cómo tú querías.
Con ese malestar te enfrentas a tu día, aunque ya estás agotado, te montas en el coche y vas a la oficina. Hoy por lo menos no ha habido atasco y llegas puntual.
Te sientas en tu puesto de trabajo y empiezas a deshacer la montaña de cosas pendientes que dejaste ayer, pero sabiendo que se volverá a llenar en pocos minutos. Hoy tienes reunión así que no podrás avanzar todo lo que tenías planeado.
Sin que te hayas dado cuenta ha llegado la hora de la comida y aprovechas para citarte con un compañero de trabajo y seguir hablando de problemas laborales acumulados sin resolver.
Vuelves a la oficina e intentas avanzar todo lo posible, llega tu hora de salida, pero no puedes dejar de trabajar con todo lo que hay pendiente…”el trabajo tiene que salir”.
A las 20:00 decides que no puedes más, o tal vez lo decide tu cuerpo. Pero antes de volver a casa tienes que pasar por el supermercado para hacer la compra, no puedes seguir posponiéndolo, no tienes comida en el frigorífico, ya ni para la cena de hoy.
Llegas a casa, estás agotado, no quieres ni cenar, por no ensuciar de nuevo la cocina, así que preparas algo rápido. Tras la cena decides hacer revisión del día, analizas cada una de las cajas que abriste esta mañana y descubres que no has cumplido tus propias expectativas.
Algunas de las cajas están vacías, no has tenido tiempo para programar las reuniones del mes, ni para ir a la tintorería, y mucho menos para comprarte el abrigo que necesitas; otras están a la mitad, has empezado la tarea pero no la has terminado, empezaste el informe de ventas pero no lo terminaste, hablaste con tu compañero de trabajo para proponer soluciones a una serie de problemas, pero no los resolviste…..y otras están llenas, pero no como te gustaría, has cenado, pero no según la dieta equilibrada que querías instaurar, has tenido la reunión con tu jefe pero no has sabido plasmar las ideas cómo querías….podías haberlo hecho mejor.
Estás agotado, no puedes más, te has sobreesforzado durante todo el día intentando compensar el día de ayer, pero no has conseguido nada, bueno sí, una dosis de autocrítica y reproches bastante duros.
Te vas a dormir, querías ver una película o tocar la guitarra (hacer algo que te relaje y te ayude) pero decides meterte directamente en la cama. En ese momento sigues repasando una y otra vez todo lo que tenías que haber hecho y no has hecho y todo lo que podías haber hecho mejor. Y de pronto un pensamiento te calma, “mañana lo haré mejor”, “mañana me levantaré antes”, “mañana me planificaré mejor”…
¿El problema? Ayer dijiste lo mismo, hoy lo harías mejor, hoy compensarías los errores de ayer, pero hoy antes de salir de casa tenías más de 70 cajas abiertas (responsabilidades y obligaciones pendientes) y para solucionarlo has decidido exigirte más, abrir más cajas para mañana, y hacer todo mejor.
La idea que te está ahogando es esa que te dice “tienes que hacerlo todo bien”, pero la que te presiona incluso más que esa, es la idea secundaria que surge cuando analizas si has cumplido tu expectativa, esa que te dice “mañana tienes que hacerlo mejor”
Te exiges mucho, cada día un poquito más, te criticas cuando no consigues lo que te habías propuesto, te cuesta delegar (“pues has aprendido que las cosas salen mejor si las haces tú mismo”), te cuesta pedir ayuda, porque tienes que poder con todo…y todo esto ¿para qué?
¿Para qué tienes que exigirte tanto? ¿Para qué tienes que hacer todo tú? ¿Para qué tienes que demostrar que puedes con todo?
La autoexigencia elevada, el perfeccionismo y la autocrítica no te están ayudando a sentirte mejor, al contrario, necesitas cambiar las estrategias, necesitas cuidarte más, exigirte menos, reforzar lo que haces, quererte más, priorizarte más… Necesitas un cambio, sabes que no puedes seguir así día tras día, tu cuerpo te está dando señales de alarma y tu cabeza no puede más, no es solo una racha, ya llevas mucho tiempo así, se ha convertido en tu estilo de vida, cada vez tienes que hacer más cosas y tienes que hacerlas mejor, pero ¿hasta cuando quieres/puedes mantener el ritmo? ¿No crees que es un buen momento para parar y pedir ayuda?