Cuando uno toma la difícil decisión de ir al psicólogo, suele generarse unas expectativas de cómo va a ser este proceso. Normalmente, suelen tener la expectativa que cuando uno comienza una terapia, el proceso va a ser lineal y progresivo, pero más allá de la realidad, la terapia psicológica se encuentra llena de “valles” y “montañas”, donde el paciente siempre avanza y evoluciona, pero no tan rápido ni con la progresión que la esperaba.
Una vez iniciada la terapia, y tras un corto periodo de tiempo, la persona comienza a sentir que se encuentra aliviada, pero a la vez “removida”, con mucha intensidad emocional, e incluso lo habitual es que se sienta más triste. Esto es completamente habitual ya que, al inicio del proceso terapéutico, se comienzan a abrir heridas y a remover recuerdos e ideas del pasado, haciendo consciente a la persona del daño que le habían estado haciendo. Es un momento difícil ya que hay personas que se replantean si acudir al psicólogo les está ayudando o les está haciendo sentir peor. Pero el proceso terapéutico es un proceso de sanación y reestructuración de esas heridas, recuerdos e ideas que estaban ocasionando dolor, y para poder sanar y cambiarlas, es necesario desinfectarlas, lo cual, DUELE, y en muchas ocasiones, cuando alguien decide acudir al psicólogo, es porque esas heridas están DOLIENDO, Y MUCHO. Es un periodo duro y doloroso, en el que la persona sufre y se siente triste y solo, pero a la vez, se siente aliviado, apoyado por su psicólogo y, si está preparado para continuar ese proceso, sentirá que está haciendo lo mejor para sí mismo.
Tras un tiempo en esta situación, el cual depende del proceso de cada persona, ésta se empezará a sentir mejor, más tranquila, más aliviada y más alegre. Pero esta sensación aún será inestable, ya que todavía aparecerán ocasiones en las que la persona tendrá un “valle”, cuando le pase algo externo o cuando en las sesiones se sigan removiendo esas heridas, recuerdos o ideas que continúan haciendo daño. Y es en estos “valles” donde más dudas aparecen a la persona que acude al psicólogo, porque ya se ha sentido bien durante un periodo de tiempo y sentir que vuelve a estar mal, se suele vivir como un “retroceso”, como un “nunca voy a conseguir estar bien” o “el psicólogo no sirve para nada”. Y estas dudas no sólo puede aparecer por parte de la persona, sino también en las personas de su entorno, y esto puede desmotivarle. Es en estos momentos donde la persona suele plantearse seriamente abandonar la sesión, olvidando que la aparición de esos “valles” es necesaria, imprescindible y habitual en la evolución positiva del proceso psicológico. El psicólogo tratará de anticiparse y cuando la persona se encuentre en una “montaña”, le recordará la aparición de estos “valles” y la repercusión tan importante y positiva que tienen en el proceso que se está realizando, para ayudar al paciente a normalizar las emociones que está experimentando.
Tras esta etapa de cierta inestabilidad emocional, que al igual que la primera etapa tiene una duración variable para cada persona, comienza un periodo en el que aparece mayor estabilidad emocional, lo cual no significa que la persona ya vuelva a tener “valles” y “montañas”, sino que éstos van a ser menos pronunciados que en la etapa anterior. Y es en ese momento, tras haber pasado por estas etapas, cuando la persona y el psicólogo pueden empezar a plantearse el espaciar las sesiones, para que la persona vaya sintiendo que puede afrontar las distintas situaciones por sí mismo y continuar sin la ayuda de ese apoyo, de ese guía, de ese confidente, que es el psicólogo.